Estoy convencida de que los asientos del Congreso y del Senado producen en el cerebro un efecto de idiotez máxima, da igual el coeficiente de inteligencia de la persona. Una vez que se sientan allí, se vuelven idiotas. Al ejemplo me remito. Mientras que postulan al puesto, besan inocentes infantes, van a los mercados, somos todos un pueblo honorable, trabajador y los electores somos interesantes, guapos, altos y listísimos. Es llegar al escaño y todos nos volvemos, de repente, unos borregos garrulos, tontainas, que hacemos pompas con la boca...
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