A ver, hace un tiempo que no voy en metro al centro y tal. O así viajes largos. Pero sorprende que en unos meses nos hayamos reproducido tanto, no sé.
Quiero decir, que aquello de “todo el mundo mirando el móvil”, olvídate. No cabe, lo tendrías que tener pegado a la cara. De sentarte ya ni hablamos.
Gente esperando de pie en el andén, dejándolo pasar al ver la tremenda lata de sardinas que se va acercando por las vías ante caras más bien aciagas, como contemplando la confirmación de malas noticias esperadas.
Para la gente mayor, que no se preocupen. Imposible caerse, oiga. No podría usted encontrar la forma de llegar al suelo, aunque quisiera. Y por encima un bosque de cabezas que comparte el escueto volumen de aire que queda en el vagón.
El niño, llorando, pobrecico, y eso sin saber lo que le espera. Y bueno, sí, lo mejor de viajar en metro es cuando bajas, eso sí que es un momentazo. “Viva la libertad, carajo”.
Así que como igual es que por la edad me estoy volviendo ya un poco facha y me arrecian nostalgias del orden del pasado, se me ha ocurrido que podría mandarle la imagen de arriba a los de TMB, pues hombre, para que busquen un poco la manera con la experiencia aprendida.
Porque oiga, está muy bien lo de poner desfibriladores, pero igual no estaría de más empezar por no promover las condiciones que… en fin, que sin yo moverme del sitio creo que es lo más cerca de follar que he estado en años. Ya, ya, es feo, es feo. Pero es que al mover una mano, que tengo el defecto de tener los brazos pegados al cuerpo, no sé si lo que he notado era un teléfono móvil o a alguien contento de verme. Quiero decir, que ni siquiera era mi estilo de pareja de baile. Si uno es mujer ha de ser, a buen seguro, mucho más agradable. Pero en fin. Todo sea por estrechar los lazos con la comunidad. Aunque ya estamos un poco de vuelta para bromitas a lo Mae West, ¿no?
Poned más trenes, coño.