Divide et impera

Todos los que nos criamos en una cultura antifascista lo teníamos muy claro. Quienes eran los malos, digo. Cuando teníamos 15 años y 30 años después.

Sin embargo el tiempo permite una mirada en mayor profundidad y con mayor perspectiva. Si lo que tenemos en Ucrania, al fin y al cabo, son eslavos peleando entre ellos, no es diferente en el caso de extrema derecha y extrema izquierda: clases trabajadoras, en su mayor medida, peleando entre ellas.

Es tan viejo que se dice en latín:

Divide et impera.

Así que a la postre no, el enemigo no es la ultraderecha. Son aquellos que la financian, que la promueven a través del discurso en los medios, que lobotomizan a nuestros vecinos.

Y esa gente, hoy en día, ni siquiera encajan con la idea clásica de ultraderecha. No es la iglesia católica, aunque también. No es la monarquía, aunque también. Ni siquiera el señorito del cortijo, aunque también. Es el capital. Estaba en Marx desde el principio.

Y el dinero, ni tiene patria, ni raza, ni ideología, ni valores. O bajo esos términos lo hacen moverse.

En condiciones normales las elecciones no las ganan los políticos, las ganan los banqueros. Y eso incluye las de Alemania en el 33. Hemos de entender que la ultraderecha es un instrumento para un fin, y que además se gesta en el terreno que a los intereses de las clases trabajadoras les es propio.

Son planes sofisticados, más de lo que en principio pudiera parecer, salgan mejor o peor: la sociedad de consumo, de la hiperactividad y el entretenimiento vacío, el estímulo constante donde hasta las vacaciones son una carrera.

Lo primero que hace cualquier enemigo inteligente es no poner la cara para que se la partas. Y eso es ocultarse, o poner a un espantapájaros en su lugar. O mucho mejor: poner a sus adversarios a pelear entre ellos. Y ya el enemigo es otro.

Divide et impera. Tan viejo es que en latín se dice.

Luego cuentan que hubo otro tan chulo que además ponía la otra mejilla, pero eso es otra liga. Y es más antiguo aún, se escribiría en arameo, supongo.

Pero ojo, ¡red flag!

La religión es de derechas. La iglesia, los curas, son de derechas. Como la policía y el ejército. Los jueces… los abogados… ya desde estudiantes de derecho, los pijos. O empresariales, ahora le llaman ADE o así. Las empresas son de derechas. Y los autónomos que se creen empresas, también. La economía, los negocios, son de derechas. El trabajo, es de derechas. Y bueno, sí, es que aquí la economía es de derechas, se llama capitalismo. “Es el mercado, amigo”.

El matrimonio es, por supuesto, de derechas. Joder, hasta ligar suena ya como de derechas. No digamos ya echarle a alguien un piropo o algo así, eso es MUY de derechas. No sé, Monedero, ¿qué nos queda?

Vestirlas como putas, eso sí es muy de izquierdas. Paradójicamente. Mira qué moderno.

A ver si es que somos nosotros mismos los que le hemos cedido el terreno al enemigo en lugar de disputarlo. Y no, no es exactamente esa “ultraderecha” que teníamos en la cabeza con 15 años. Más bien les caracteriza la plena ausencia de valores, que es lo que han promovido en la sociedad, a su imagen y semejanza: un enorme burdel donde todo se halla al servicio del mejor postor. La mayoría de esas élites son meros nihilistas y hedonistas que sólo tienen un dios: el dinero.