Ya sé que es una locura meterse en estos tiempos a semejante censo, pero a veces me da por ahí. Masoquista, que es uno. Me puse a realizar un pequeño recuento sobre las noticias que siguen saliendo sobre el tema de la DANA de Valencia, y me cansé después de media hora.
Por más que me siga ganado insultos y apelativos de lo más variopinto sobre mi supuesta defensa a la derecha, me parece completamente descorazonador que los artículos sobre la culpa de lo sucedido superen en más de treinta a uno a aquellos que hablan sobre las obras necesarias para que esto no vuelva a suceder, el encauzamiento de las ramblas, las presas y las obras hidráulicas necesarias para prevenir la siguiente desgracia.
Tengo la impresión de que la gente cree que las riadas se paran avisando con un SMS a tiempo. O peor todavía: que les da igual lo que pase, con tal de tener a quien colgarle el mochuelo. Porque lo que es arreglar cosas, no le interesa a nadie. Ni se debaten soluciones, ni se proponen, ni se discuten. Sólo culpa, responsabilidad, politiqueo y más culpa, como si estuviésemos ante un certamen de sermones o ante una olimpiada de confesonarios. Religión disfrazada de civismo. Religión, al fin y al cabo.
Estoy ya un poco hasta el gorro de tanto monaguillo falso, de tanto párroco disfrazado en un perpetuo carnaval circense. Además de querer averiguar quiñen tuvo la culpa, ¿hay alguien interesado en poner algún remedio?
Y ahora me vendrán, porque también lo he leído, con que lo uno no es incompatible con lo otro, con que hay que depurar responsabilidades. Con que Mazón estaba con una tía el día de autos. Con que lo importante es la factura del Ventorro. Y lo que quieras, sí. No es incompatible, pero resulta que todo el esfuerzo va dirigido a eso, y sólo he encontrado uno, un artículo hablando de lo que hay que hacer, de presentar planes de actuación sobre las torrenteras, de crear aljibes de tormenta y de otras soluciones técnicas.
Las soluciones no interesan porque son caras, lentas, complicadas y no dan votos ahora mismo. Y además, generan conflictos, porque hay que prohibir edificar aquí o allá, recalificar terrenos, enfrentarse con gente y organizar movidas urbanísticas, siempre retorcidas, enojosas y complicadas, en las que unos ganan, y ganan mucho, y otros pierden mucho a su vez. En cambio la culpa es inmediata, permite la caza mayor de políticos adversarios, y no cuesta un duro.
Y además, cuando llegue la próxima desgracia se podrá, una vez más, reabrir las tres pistas del circo mediático sobre cuándo se tenía que haber enviado el aviso, sobre la gente a la que no le llegó, sobre los que lo recibieron y se lo pasaron por el forro, y sobre los que se vieron obligados a ignorarlo porque su malísimo patrón los presionó.
Más circo y ninguna solución.
Por mi parte, quiero escuchar algo más sobre soluciones y menos sobre culpa. O lo mismo sobre culpa, pero más, mucho más sobre soluciones.